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Rocío Molina: "Para perseguir la libertad he tenido que desapegarme de lo flamenco, de la figura masculina y de lo gitano"

Calienta su cuerpo como lo calienta cada vez que entra en su estudio, y hace eso que los flamencos llaman una tabla de pies porque así, dice, sus piernas se agarran a la tierra. Cierra las costillas, mete el ombligo, sujeta la tripa, abre los hombros, sujeta los omoplatos, relaja el cuello. Tensa las piernas. Las contrae. Calienta todo su cuerpo durante más de treinta minutos hasta superar la barrera del dolor porque solo entonces llega ese momento en el que ya puede empezar a bailar y todo es posible. Lleva haciéndolo desde que tiene siete años y dice que es su forma de empezar y que si no deja de empezar es porque le aterra no poder empezar más, porque no quiere que la fiesta termine. Cuando acabe esa exhibición de potencia y precisión, confesará que lo que ella quiere de verdad es una obra de bailarinas que se lo pasen bien y no se cansen y que ya no hay obras así porque estamos todas muy cansadas y hacemos obras de gente cansada, cansándose.


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